CUANDO LA TARDE LANGUIDECE. (Primera parte)
A las 12:30 de la mañana recibí una carta remitida por Fernando Fuente Seca, hombre de exquisita cultura y amplios conocimientos en fontanería, a quien conocí en un seminario de peluquería científica hace más de treinta años, y al que nunca más volví a ver.
La misteriosa carta decía lo siguiente.
Mi muy querido amigo.
Me atrevo, en virtud de nuestra antigua y más que cimentada amistad, pedirle ayuda ante los extraños sucesos que en mi amada Somosierra de Pisamorena vienen ocurriendo desde hace veinte días.
Sólo puedo adelantarle que cada noche desaparecen un gran número de libros de la biblioteca pública. También le comento que algunos miembros del servicio de limpieza nocturno, aseguran haber visto a un raro ser, similar a un gran perro, y que posee la particularidad de andar a veces a dos patas, cerca de los contenedores en los que después han sido encontrados, totalmente destruidos y hechos trizas, los libros desaparecidos.
Sin tiempo que perder hice el equipaje, elegí tres disfraces, dos trajes, una tostadora, tres camisas, veinte corbatas y me marché haciendo autostop, en busca de una nueva aventura.
Cuando la tarde languidecía llegué, disfrazado de semáforo, frente a la casa de Eladio Vaca Vadillo, concejal de Somosierra de Pisamorena, quién todas las primaveras durante el mes de mayo se recluía en su casa por el día, eso me hizo sospechar que algo pasaba por las noches en la vida de este desconocido, al cual ya sabía que iba a conocer. Él había logrado que la cultura permaneciera viva durante los tórridos meses de verano, gracias a su extraordinaria idea de trasladar la biblioteca a la piscina municipal, idea que en tantos otros sitios fue imitada, aunque en algunos de ellos lo hicieran al revés, trasladando la piscina a la biblioteca. Y allí, de chapuzón en chapuzón o de salto del ángel al doble tirabuzón sin laca, los bañistas devoraban a Quevedo, Unamuno, Corín Tellado y a muchos más.
Al cambiar del rojo al verde, para dar paso a un señor que toreaba una moto aparcada en la acera contraria, un tremendo alarido surgió del quinto piso de un bloque cercano, me dirigí a la pata coja, para no llamar la atención, y cual fue mi sorpresa al tropezar en el rellano del cuarto piso con alguien que huía a cuatro patas, a la vez que ladraba. No había duda, tenía que demostrar que Eladio no era el hombre perro.
CONTINUARÁ.
(Si el tiempo no lo impide)
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7:12 PM
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CAMINO.
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10:47 AM
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