26 de Mayo 2005

GREMILDO. (Primera parte con descanso incluido)

Aquel hombre serio, en sus 27 años como vecino de Málaga nadie le había visto jamás sonreír, formal, amante de su familia y de su trabajo, poseía tres particularidades que le diferenciaban del resto de los humanos. 1º) Su nombre, Gremildo. Imposible de recordar y de encontrar en el santoral. 2º) Su amor a esas olvidadas obras del arte escénico y cinematográfico conocidas como dramas rurales, poseyendo una colección que superaba las novecientas piezas. 3º) La peculiar manera de entender la moda, combinando elegantes trajes diseñados por los más afamados sastres, con horripilantes camisas de fantasía y otros complementos aún más espantosos.
Por todo ello, aquella mañana cuando desayunábamos en bar Manolo, se nos heló el café tras cuarenta minutos leyendo y comentando la noticia que aparecía en el periódico, y que decía.
Para quitar la alta tensión producida en el lector ante tan intrigante y emocionante comienzo del relato, pasamos a un breve descanso amenizado por una composición poética.
ADVERTENCIA. Se comenta que el autor de esta loa se suicidó nada más finalizarla. Rogamos tomen las debidas precauciones al leerla.
Sobre el horizonte una mancha naranja, roja y gris de ella emerge el Mocito Feliz comiendo arroz con perdiz.
Desde las aceras y balcones lluvias de pétalos y macarrones y radiantes tormentas de aplausos nacen y explotan a su paso.
Él trae la esperanza de un puro amanecer Repleto de risas, sonrisas y de buen comer
Y aunque nada de esto vi descrito queda aquí en honor del Mocito Feliz
CONTINUARÁ.
<__trans phrase="Posted by"> ORT-22 <__trans phrase="at"> 7:07 PM | <__trans phrase="Comments"> (2)

18 de Mayo 2005

CUANDO LA TARDE LANGUIDECE. (Segunda parte)

Me dispuse a ponerle una trampa para verificar mi hipótesis, y me dirigí a la carnicería para comprar un hueso, el cual até con una guita y lo colgué en la puerta de la vivienda de este paradigmático concejal, en ese mismo momento pasó Eladio a gran velocidad persiguiendo un gato y haciendo caso omiso al hueso, lo que me hizo reflexionar profundamente y concluir que yo llevaba razón. Ahora debía dirigir mis pesquisas hacia el sospechoso número diez. Mis pensamientos eran acompañados por un cielo repleto de estrellas, cuando estaba a punto de averiguar el número exacto de luceros fui arrebatado de mi trance matemático por un escalofriante alarido procedente del ayuntamiento, dirigiéndome en cuclillas y rápidamente hacia la piscina municipal, a la espera de que llegara el socorrista. El caso estaba resuelto.
Una vez más había conseguido, gracias a un simple hueso y a una guita, dar solución a uno de los enigmas más complicados e inauditos de mi vida profesional y amateur.
Don Eladio Vaca Vadillo era inocente, el encierro era causado por una fuerte alergia primaveral a los gatos, por eso solamente salía por las noches para espantarlos.
Los horribles alaridos no eran ni más ni menos que los fallidos intentos del alcalde por cantar la Traviata mientras estaba sonámbulo.
La carnicera no podía ser la culpable, ya que me había regalado gentilmente el hueso y además era vegetariana.
El culpable de todos aquellos terribles hechos acaecidos en tan maravillosa villa, al que ya había desenmascarado diez minutos antes de recibir la carta de mi amigo, era ni más ni menos que el socorrista de la piscina municipal. Aquella malévola mente, digna de los peores criminales del planeta, ideó un meticuloso plan para hundir la moral y la cultura de todos los ciudadanos, y que yo, modestia aparte, logré descubrir e impedir que se completara.
FIN
Un lector.- Señor Escatroni, perdone. Pero ¿cómo logró usted averiguar la verdad?. Y ¿ las razones?. ¿Qué razones movieron al socorrista para realizar acciones tan salvajes?.
Escatroni.- ¡Ah!, sí. Bueno, ahora no puedo explicárselo con detenimiento. Ya ve, tengo que coger el tren que sale en menos de cinco minutos. No obstante acompáñeme y se lo resumo. ¿Recuerda cuándo desperté de mis cábalas matemáticas? Pues allí delante, a menos de quince pasos, el socorrista se quitaba el disfraz de perro, escondido en una cabina de teléfonos. Para que no notara mi presencia tuve que ponerme en cuclillas, posición en la que todavía sigo, ya lo ve usted, por culpa de un ataque de ciática. ¿Me alcanza las maletas?. Mil gracias, las causas ya se las explicaré otro día. Hasta la próxima.
Y nuestro lector vio desde el andén como el tren se perdía en el horizonte, justo en el instante que la tarde se pone pachucha y languidece.
<__trans phrase="Posted by"> ORT-22 <__trans phrase="at"> 7:02 PM | <__trans phrase="Comments"> (5)

11 de Mayo 2005

CUANDO LA TARDE LANGUIDECE. (Primera parte)

A las 12:30 de la mañana recibí una carta remitida por Fernando Fuente Seca, hombre de exquisita cultura y amplios conocimientos en fontanería, a quien conocí en un seminario de peluquería científica hace más de treinta años, y al que nunca más volví a ver.
La misteriosa carta decía lo siguiente.
Mi muy querido amigo.
Me atrevo, en virtud de nuestra antigua y más que cimentada amistad, pedirle ayuda ante los extraños sucesos que en mi amada Somosierra de Pisamorena vienen ocurriendo desde hace veinte días. Sólo puedo adelantarle que cada noche desaparecen un gran número de libros de la biblioteca pública. También le comento que algunos miembros del servicio de limpieza nocturno, aseguran haber visto a un raro ser, similar a un gran perro, y que posee la particularidad de andar a veces a dos patas, cerca de los contenedores en los que después han sido encontrados, totalmente destruidos y hechos trizas, los libros desaparecidos.
Sin tiempo que perder hice el equipaje, elegí tres disfraces, dos trajes, una tostadora, tres camisas, veinte corbatas y me marché haciendo autostop, en busca de una nueva aventura.
Cuando la tarde languidecía llegué, disfrazado de semáforo, frente a la casa de Eladio Vaca Vadillo, concejal de Somosierra de Pisamorena, quién todas las primaveras durante el mes de mayo se recluía en su casa por el día, eso me hizo sospechar que algo pasaba por las noches en la vida de este desconocido, al cual ya sabía que iba a conocer. Él había logrado que la cultura permaneciera viva durante los tórridos meses de verano, gracias a su extraordinaria idea de trasladar la biblioteca a la piscina municipal, idea que en tantos otros sitios fue imitada, aunque en algunos de ellos lo hicieran al revés, trasladando la piscina a la biblioteca. Y allí, de chapuzón en chapuzón o de salto del ángel al doble tirabuzón sin laca, los bañistas devoraban a Quevedo, Unamuno, Corín Tellado y a muchos más.

Al cambiar del rojo al verde, para dar paso a un señor que toreaba una moto aparcada en la acera contraria, un tremendo alarido surgió del quinto piso de un bloque cercano, me dirigí a la pata coja, para no llamar la atención, y cual fue mi sorpresa al tropezar en el rellano del cuarto piso con alguien que huía a cuatro patas, a la vez que ladraba. No había duda, tenía que demostrar que Eladio no era el hombre perro.

CONTINUARÁ.
(Si el tiempo no lo impide)
<__trans phrase="Posted by"> ORT-22 <__trans phrase="at"> 7:12 PM | <__trans phrase="Comments"> (4)

4 de Mayo 2005

CAMINO.

camino03.JPG
<__trans phrase="Posted by"> ORT-22 <__trans phrase="at"> 10:47 AM | <__trans phrase="Comments"> (1)